Caricias a las 2:00 am
- Sindy Echeverría
- 17 oct 2017
- 3 Min. de lectura

¿Recuerdas nuestra promesa de hace años?
-La recuerdo perfectamente.
Eso pregunté una vez, y eso fue lo que me respondió. Estaba hablándome. Pero no eran mis labios los que se movían, mirando fijamente a unos ojos llenos de miedo, me di cuenta que era momento de despedirme.
-Se hace tarde, deberíamos ir a dormir.
- ¿Podrías acariciarme, por última vez?
- Sabes que esto funciona justamente por no darte ese gusto.
Era cierto, siempre nos costaba "dar el brazo a torcer".
- Anda, y dejaré de molestar.
- También funciona porque no me dejo manipular de tu voz inocente. Le dije.
-Por el contrario, yo sí me dejo llevar por tu voz infantil. Anda; solo quiero dormir rápido.
Francamente tenía ganas de hacerle un desaire, pero fui complaciente.
-Está bien. Dame tu brazo.
- Excelente. Dijo, colocando su brazo sobre mi tórax.
Entonces comencé a acariciarle, sin ganas, con algo de incomodidad y con un ego golpeado por estar haciendo cosas que no quería, pero que en definitiva le gustaban mucho. La habitación se quedó en silencio; no había nada que decir, a fin de cuentas yo fui quien dijo que era hora de dormir. Pero yo no quería dormir, yo no quería que el tiempo pasara, yo solo quería congelar ese momento. Dueño de lo estático. Influencia del apego. Mis dedos comenzaron a ser más sensibles; es decir, la capacidad para sentir calor o frío es básica; pero muy tosca, hasta ese momento pensaba que solo eso podían sentir mis manos.
Poco a poco los movimientos se hicieron mas suaves y se coordinaron con nuestra respiración. Yo empecé a sentir cada fibra de su piel tan suave, tan tersa, tan joven, tan pura. Sentía como cada movimiento era distinto y formaba un dibujo en mi mente, era como si su piel fuese un lienzo y yo sin ser artista, creaba lineas delgadas que plasmaban paisajes hermosos, atardeceres únicos, momentos imborrables. Pero eso no era todo, también podía sentir como todo su cuerpo se relajaba, llegué al punto de compenetrarme tanto; que sentía si su garganta sentía sed, si la sabana con que se arropaba le hacía sentir frío, si la almohada se sentía cómoda, o si el colchón le daba dolor de espalda. Era como si a través de mis dedos me hubiese dejado entrar hasta su cuerpo, y también a su alma. Llegué a experimentar en carne propia, todos sus temores, a sentirme abrumado por sus angustias, a sentir cada beso y abrazo que le daban sus amores, era extraño como me dejaba estar en sitios tan íntimos y tan delicados, pero lo agradecía. Mientras me encontraba ahí, también me dejó revivir sus momentos felices, momentos de infancia de los que poco hablaba, pero que eran demasiado tiernos como para no disfrutarlos un instante. Recuerdo que era en su antiguo hogar, y estaba impaciente porque su padre llegara; esperando y acomodando todo a su regreso, una vez la puerta se abría lo recibía con un abrazo, tomaba sus cosas del trabajo y las acomodaba en un cajón, mientras su padre se sentaba cansado en un sillón. Luego se acercaba a ayudarlo a desamarrar las agujetas, y lo ayudaba a colocarse unas pantuflas, mientras le decía lo mucho que lo extrañó en el día. Recuerdo que empezaron a brotar lagrimas en mi cuerpo terrenal; salí corriendo porque era imposible sentir lo que estaba sintiendo. Creo que se dio cuenta de todo, creo que al final no era una invitación sino intromisión de mi parte, pero como estaba tan vulnerable y tenía sueño, había dejado la puerta abierta y yo entré lentamente y con cautela. Después de esa metida de pata, ahora me estaba corriendo de ahí, era como lo dije en un principio; momento de despedirse. Así que movió su brazo y lo incorporó de nuevo a su espacio personal, se dio media vuelta y dijo adiós.
Creo que no sabía como valorar una caricia, y la vida me estaba dando la oportunidad de hacerlo, y sentir tanto, pero desde otro punto de vista; siendo yo un agente externo y ajeno pero confiable e inofensivo. Cuando menos lo pensé, ya estaba durmiendo.
Al día siguiente, al despertar ya no estaba. Se había ido. Se fue por un largo tiempo, esa había sido nuestra despedida, sin bombos ni platillos, sin alcohol y karaoke de por medio, solo una noche sencilla, donde por primera vez le acaricie y por última vez me sentí yo.
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